jueves, 5 de enero de 2012

DE ÓRDENES Y MESNADAS (CAPÍTULO 04)


LA VILLA VECINA Y EL NUEVO COMPAÑERO

Luego de dejar atrás la Villa de Valverde, llevando una cantidad enorme de la “bebida de los dioses” entre otras muchas provisiones otorgadas por los pobladores de la misma, es que decidimos seguir nuestro camino hacia la Ciudad de los Reyes, donde finalmente tendría noticias tanto de lo que pasaba en el sur, así como del avance de la expedición hecha por mi hermano Orson.

Llegamos a la villa siguiente, la cual poseía vegetación abundante como la anterior, en verdad toda esta zona es muy rica, de las mejores de región, por lo que, y al ver los caballos algo cansados, decidimos que lo mejor sería reposar en tan bello lugar.

Al principio creí que se trataba de una villa desierta pues no divisábamos gente alrededor (y eso que ya estábamos más de una hora caminando por sus calles), decidí pasear por mi cuenta, y luego de caminar aproximadamente una hora más, adentrándome a los viñedos cercanos, vi no muy lejos, un frondoso árbol, por lo que me puse a descansar bajo su copa, necesitaba tiempo para ordenar los muchos pensamientos que en ese momento me atormentaban ¿cómo estaría la guerra en España?, no tenía noticia alguna del Conde ni de alguno de nuestros ahora compañeros de batalla, ¿llegaría a su destino Gallo? temía que tan igual como a nosotros, el hubiera sufrido algún percance en su viaje a los Principados del Sur, ¿qué sería de Orson? Y sobretodo el significado del puñal que aún conservaba conmigo y que saqué para observarlo detenidamente.

Aquel puñal poseía una hoja simple de aproximadamente 25 centímetros, su punta terminaba en una curvatura cual un garfio, y su hoja carecía de símbolo alguno por ambos lados, el mango estaba hecho de una aleación desconocida por mí, en la agarradera se podían observar marcas de dedos, además era de color negro, poseía un tallado de manera artesanal en la parte final del mismo: un octógono cruzado por dos serpientes las cuales juntaban sus cabezas en la parte superior y sus colas en la parte inferior formando “un ocho”, encima de ambas cabezas se observaba la letra D, en tanto en el extremo derecho como izquierdo dos letras M, las tres letras eran de un color púrpura mate, y si se trazaba líneas imaginarias uniendo estas tres letras, se formaba un triángulo equilátero.

Mientras seguía en mi tarea de tratar de descifrar el significado de ese emblema, sentí un golpe en la zona occipital, no recordando lo que sucedió después del mismo, ni por cuánto tiempo estuve inconsciente. Al abrir los ojos, me encontraba en algo parecido a un establo (lo que deduje tanto por el abundante heno alrededor del cuarto, las caballerizas, así como por el olor característico de dicho lugar), la única iluminación con la que contaba aquel recinto, la daba un lámpara colgada justo encima de mi cabeza, tenía ambas manos amarradas a la espalda, mi cintura estaba amarrada a una silla, y mis piernas amarradas a las patas delanteras de la misma.

Al frente mío estaban cuatro hombres, por sus vestimentas, parecían aldeanos aunque todos llevaban armas ceñidas a la cintura, no pude distinguir si se trataban de espadas o alguna otra arma blanca.

Uno de ellos observaba el puñal de la misma manera como yo, anterior a mi captura, lo hice, esperaba la muerte, como todo caballero, mi preparación conlleva saber que la muerte es además de ser parte de la vida, se puede enfrentar en cualqueir momento, sin embargo, el otro aldeano se me acercó y me abofeteó el rostro exclamando: “¡no conformes con destruir la Villa de Valverde, ahora quieren hacer lo mismo con nuestro hogar!”. Aquellas palabras me devolvieron la confianza, no se trataba de los encapuchados asesinos, sino más bien de los pobladores de aquella villa, quienes temerosos a nuestros enemigos, me habían confundido con uno de ellos.

“No pertenezco a dicho grupo, y mis intenciones son pacíficas, estoy de pasada nada más, voy rumbo a la Ciudad de los Reyes” – respondí.

“¡Mientes!, aquí tenemos la prueba que te condena, llevas el mismo puñal que ellos, seguramente que irás en busca de mercenarios para destruir nuestra villa, ¡no lo permitiremos! – dijo un tercero que habría ingresado hacía unos instantes, a la vez que me propinaba un puñetazo en la mejilla izquierda.

Era entendible la furia de aquellos aldeanos, al parecer ellos fueron víctimas de los encapuchados al igual que los “valverdinos”, y yo sin ninguna prueba que certificase mi identidad, salvo mi palabra, la cual no creyeron, al parecer los encapuchados ya los habían engañado anteriormente.

Tres de ellos agarraron cadenas y palos “para ajusticiarme”, y cuando se disponían a hacerlo levanté mi cabeza, moriría de la misma manera como viví toda mi vida: con honor.

“¡Alto!” – dijo un cuarto hombre, el que aun sostenía “mi puñal” volteó inmediatamente y lo miró dubitativo. “Este hombre no puede ser parte de los malhechores, esos malvados no tienen lo que este hombre tiene, no le tiene miedo a la muerte, mírenlo directamente a los ojos, ya que a pesar de estar en una situación humillante, continúa mostrando hidalguía”.

“Recuerda que muchos de ellos también fueron caballeros, antes de traicionar su orden, podría ser el caso de este hombre” – sostuvo uno de los aldeanos.

“Siento un buen presentimiento con respecto a él, tomaré toda la responsabilidad en caso que sea un error. “A ver dinos quién eres” – me preguntó el hombre del puñal.

“Mi nombre es Txalaka, caballero de la Orden de los Hospitalarios Dorados, así como de la Orden de Santa María del Cielo, natural de la Villa de la Asunción, estoy de paso por vuestra villa, mi destino es llegar a la Ciudad de los Reyes para encontrarme con un hermano de mi Orden, ya que la guerra existente en la Madre Patria, llegó a nuestras latitudes y definitivamente ese no es mi puñal, se lo arrebaté a un encapuchado que trató de matarme, cuando estaba en la Villa de Valverde, la cual ya es libre, gracias a mi gente, la cual debe estar muy cerca de aquí” – respondí.

Inmediatamente, a la vez que sus rostros mostraban una mixtura entre admiración y miedo, fui desatado. “Señor, discúlpenos no fue nuestra intención ofenderlo” – dijo uno de ellos mientras los cuatro se arrodillaban ante mí.

“Levantaos” – les respondí, “Es entendible vuestra indignación, aunque creo que me debéis tanto un puñetazo como una bofetada” – les dije mientras reía a carcajadas, ellos imitaron mi risa.

Traté de indagar más acerca de los encapuchados, aunque al parecer, los moradores de la Villa Santiago de Almagro (que así se llamaba dicha villa) tampoco conocían mucho acerca de ellos, salvo que llegaron con muchas mentiras y poco a poco se apoderaron de la Villa Valverde y deseaban hacer lo mismo con su villa, como con algunas otras villas cercanas, las cuales sucumbieron ante el poder de dichos encapuchados.

Les pedí que me acompañaran a mi campamento; sin darme cuenta estaba metiéndome en una guerra que desconocía y que sucedía ¡ante mis ojos!, la cual no tardaría en llegar a mis dominios si es que no hallábamos una solución inmediata.

Me acerqué a Rugrats y poniéndole mis dos manos en sus hombros le dije: “Esta gente necesita nuestra ayuda, deberás quedarte con ellos junto con tu compañía, en caso lleguen los encapuchados de nuevo”.

“¡Maese, pero… el Conde necesita ayuda! ¡No puedes dejarme aquí!” – me reclamó Rugrats.

“¡Hombre, tranquilízate!, el Conde es un hombre razonable y sé que contará con muchos más aliados, pero esta gente, actualmente no tiene a nadie, y nuestro deber como caballeros es protegerlos”.

A regañadientes obedeció mi orden, Rugrats era de aquellos tipos amantes de la aventura, además de ser muy leal, confiaba bastante en él, aún recuerdo su época de escudero, era muy impulsivo, característica que mantenía hasta ahora. Tuve que hablar en privado con él para convencerlo.

Los aldeanos nos pidieron que nos quedáramos para realizar un festín en nuestro honor, educadamente les respondí que teníamos que avanzar (por más que ya estaba empezando a anochecer) puesto que sin querer, sufrimos un retraso, por el cual deberíamos cabalgar en la noche.

Nos despedimos de los aldeanos y de Rugrats, justo antes de partir, vino uno de los aldeanos gritando: “¡Maese, Maese, permítame ir con usted se lo ruego!”.

“Sabes que nos enfrentaremos a muchos peligros, y es muy probable que muchos de los que partamos, no regresemos. ¿Estás dispuesto a sacrificar tu familia y tu vida?” – le pregunté.

“Mi vida terminó cuando los encapuchados destruyeron mi familia, por lo que ve, no tengo nada que perder” – respondió él.

“Entonces bienvenido al grupo… ¿cuál es tu nombre?” – volví a preguntar, “Oto es mi nombre señor” – replicó de nuevo nuestro nuevo compañero.

Nuestro viaje transcurrió durante parte de la noche, vimos una luz a lo lejos, la cual aumentaba y se hacía mayor a la vez que nos acercábamos, cuanto más cerca nos encontrábamos, logré observar que aquella luz en realidad era producida por cientos de antorchas, lo que significaba que eran guerreros…

¿Serían los encapuchados? ¿Acaso se trataba de una nueva emboscada?, mi corazón palpitaba rápidamente; era el momento de tomar una decisión, giré mi cabeza a la vez que observaba a mis hermanos, los escuderos, los soldados de infantería y al joven Oto, no lo pensé dos veces, la gloria por segunda vez nos salía al paso; desenvainé mi espada y al grito de ¡VAMOS AL ATAQUE!, salimos a su encuentro…